
Javier Milei.
Milei vs. la prensa: una pelea estudiada que signará todo el año electoral
Javier Milei nos ha acostumbrado a una creencia: es un impulsivo, un “calentón” adicto a la red X por donde canaliza su ira y así responde las críticas a su persona y/o a su gestión, sean justificadas o no. Sería un error leer bajo este prisma los ataques constantes a periodistas con nombre y apellido que han signado su gestión de 16 meses, pero que se han intensificado notablemente en los últimos tiempos con la invitación a “odiar” a los hombres de prensa.
En efecto, el hashtag “No odiamos lo suficiente a los periodistas” es su nuevo mantra belicoso, un grito de guerra selectivo con ínfulas de escrache y que actúa de activador de una horda de soldados libertarios virtuales que se manejan en las redes sociales como multiplicadores del señalamiento presidencial. Es una suerte de fuerza de choque sin violencia física, como sí sucedía en otros tiempos, pero que trabaja para ayudar a que el presidente logre lo que pretende: que la prensa deje de ser el intermediario entre la ciudadanía y el poder, o lo que en realidad este hace, en la búsqueda de una línea directa entre esos dos puntos.
Ya no es un secreto que la andanada de Milei contra los periodistas no es un impulso de aquel “outsider” que un día se vio jefe de Estado. ¿Pudo haber sido al principio? Sí. Lo de ahora es una estrategia diseñada por su equipo de comunicación política, básicamente el asesor Santiago Caputo y su gente, fruto de incontables mediciones de opinión pública para las que el Gobierno, por cierto, ha desembolsado considerables fondos.
Una táctica política
Es una táctica política que buscaría, en principio, consolidar el apoyo de los propios en momentos en que los sondeos -los que se conocen, ni hablar los secretos- muestran que la ponderación presidencial ha empezado a bajar, más allá de que aún mantiene respetables niveles de adhesión por una cierta visión generalizada de que los logros macroeconómicos tardan en derramar hacia la micro, hacia “el metro cuadrado propio” de cada argentino.
Así, habría que leer en esta clave los ataques presidenciales a los hombres de prensa. Salvo alguna excepción aislada, Milei no se la agarra con periodistas que abiertamente militan en el kirchnerismo, el sector opositor más duro, que hablan de una “resistencia” a él desde el “proyecto nacional” o lo equiparan con la última dictadura militar. Ni con medios que solo existen porque se financian con la generosidad de gobernadores peronistas. No, la emprende con comunicadores que le marcan errores de tiempos, desmesuras políticas, incluso cierto amateurismo, pero que conceptualmente concuerdan con el rumbo económico elegido, el freno a la emisión dineraria desmedida, el equilibrio fiscal, el alineamiento con Estados Unidos y demás etcéteras.
Eso se debe a que esos periodistas llegan a la audiencia libertaria, a lo que es el PRO, a sectores liberales. Ciudadanos que, para resumirlo, además consumen a Milei. Es lo que no toleraría el presidente: que se lo cuestione en el mundillo de los propios. A riesgo de ser antipático por la simplificación: ¿no es raro que nunca haya un ataque a, digamos, Página/12 -identificado sin disimulo con el kirchnerismo, propiedad de un sindicalista peronista, donde trabajan honestamente muchos hombres de prensa- y que siempre los embates sean a trabajadores de La Nación o del grupo Clarín?
El simpatizante libertario no lee Página, obvio. Ni sabe qué es. No se entera qué sale allí.
A favor de Milei, es verdad que a veces se publica y se dice cualquier cosa, sin chequeo profesional, con una tendencia más apegada a la necesidad del rating que a la buena profesión. Pero no es una constante, como quiere instalar el presidente en su obsesión por deslegitimar a los críticos. En todo caso, son excepciones.
Volvamos a aquella estrategia de “odio” a la prensa. Según lo que dicen fuentes oficiales, los periodistas aparecen entre los actores más desacreditados por la sociedad en los sondeos propios. No tanto como otros actores (políticos, jueces), aunque suficiente como para incluirlos en “la casta”, aquel concepto libertario que fue muy efectivo en la campaña presidencial, pero que ahora ha entrado en desuso porque el propio gobierno se va tornando castizo a medida que gobierna, con ciertas decisiones de gestión y alianzas políticas atadas a necesidades coyunturales.

LTA
